Crecimiento-Personal

Cómo Aprendí a Ser Humilde y Por Qué Ser Humilde Merece la Pena

4 min de lectura

Ser humilde es genial.

Te sientes fantástico contigo mismo, y a la gente le gusta y conecta con las personas humildes.

La humildad se define como el sentimiento o actitud de que no eres especialmente relevante, que no tienes algo que te haga mejor que otros o, simplemente, carecer de orgullo.

La humildad es algo que tienes que aprender. Fue mi caso.

Cuando tenía 7 años, recibí mi primera lección de humildad.

A la edad de 24, la segunda fue suficiente para tomar el camino de la humildad como una forma de entender la vida.

Compartiré contigo ambas porque cultivar la humildad y ser humilde es una buena cualidad/comportamiento para cada uno de nosotros y, consecuentemente, para la sociedad.

“No te preguntes qué puede hacer tu país por ti. Pregúntate qué puedes hacer tú por tu país.”
— John F. Kennedy

Lección 1: Surcando los mares

Cuando tenía 7 años, me apunté a un curso para comenzar a aprender cómo navegar.

El curso contaba con varias pequeñas embarcaciones llamadas “Optimists”.

Tan pronto como empecé a navegar, tuve la suerte del principiante.

Mi barco iba muy bien y rendí a un nivel muy alto.

¿7 años de edad y navegar perfectamente? Mala combinación…

Ya me creía Colón, Magallanes, y el Capitán Cook todos juntos.

Al mismo tiempo, una niña comenzó a practicar sus habilidades náuticas. No fue tan bien. Pasé a su lado y comencé a reírme a su costa (bien hecho, Paco, estás cavando tu propia tumba…).

Uno de las profesoras vio mi comportamiento y, obviamente, me llamó la atención.

Solo unas pocas horas más tarde, cogí otra embarcación. No sé por qué, pero no navegué tan bien y acabé directamente en las rocas.

Tuve que ser rescatado por la misma profesora.

Sin comentarios… Lamentable… No sabía dónde esconderme. Sentí vergüenza y, al mismo tiempo, me sentí ridículo.

Fue un día malo pero, al mismo tiempo, uno glorioso, porque cambié mi actitud desde entonces e, incluso, casi 40 años más tarde, aún recuerdo esa lección tan importante.

Lección 2: Creyéndome Bill Gates

Cuando tenía 23 años y acabé mi carrera de ingeniería informática, comencé a trabajar en grandes empresas de consultoría.

Me enganché totalmente a esas empresas. Me podía ver gestionando el mundo entero desde ellas.

Con 23 años, un traje (no muy caro), y un salario que no estaba mal para un principiante (aunque no pienses que era increíble), me sentía como Rockefeller.

Estaba totalmente entregado a la causa, dispuesto a escalar todos los escalones (en esos momentos desconocía que se trataba de una escalera infinita) para pasar:

  • de programador a analista,
  • de analista a gerente,
  • y de gerente a socio.

No importaba cuántos (decenas) niveles existiesen entre ellos. No importaba cuánto tiempo me llevase hacerlo. ¡Iría a por todas!

Pronto vi la oportunidad. El “equipo A” (el que yo pensaba que era el “equipo A”) se puso en mi punto de mira.

Era mi oportunidad para empezar a programar mucho y pasar a analista con la mayor rapidez posible (en esa época, vivía pensando que me iba a morir al día siguiente… todos hemos sido jóvenes… gracias por tu comprensión…). Así era como veía las cosas…

Pero algo ocurrió. Me llamaron de un equipo diferente. Para mi, ese era, en esos momentos, el “equipo B” (incluso, si me apuras, el “equipo Z”).

Te puedes imaginar mi respuesta a la gerente de dicho equipo. De nuevo, sin comentarios…

De todas formas, no tenía opción. Tenía que ir al denominado (por mi) “equipo B”.

¿Qué ocurrió?

La gerente, la misma que tuvo que “tragar” con mi respuesta inadecuada, confió en mi y me dio más y más responsabilidades cada día, desde el primero.

Me sorprendió su respuesta porque pensaba que no me la merecía en absoluto a causa de mi comportamiento.

Trabajé duro, sintiendo que tenía que dar a esa persona lo que ella me había dado a mi.

La vida te enseña muchas lecciones cada día, y esa misma gerente me dio la oportunidad de convertirme en analista. Lo hice antes que cualquier otro integrante del “equipo A”.

Esa fue mi segunda lección de humildad.

Nunca olvidaré a esa gerente:

  • Me enseñó humildad cuando no la merecía.
  • Me dio las oportunidades que merecía por mi talento y mi trabajo duro, sin prestar atención alguna a mi penosa actitud inicial.
  • Me enseñó una de las lecciones más importantes que nunca jamás he recibido.

Hoy, más de 20 años más tarde, aún recuerdo esa lección. Está grabada en mi memoria para siempre.

Para llevar a casa

Dos lecciones fueron suficientes para mi.

La primera a muy temprana edad. La segunda, 15 años después, solo como un recordatorio.

A veces la vida tiene piedad.

No necesité nada más.

Aprendí de una forma que nunca se olvida.

Practica la humildad. Sé humilde. Tú y tu vida serán mucho mejores:

  • La humildad abre tu mente a nuevas posibilidades.
  • La humildad crea relaciones fuertes y saludables.
  • La humildad hace que la gente te abra su mundo. Aprenderás. Crecerás.
  • La humildad te hará sentirte fantástico contigo mismo.
  • La humildad es una constructora de confianza. Para ti y para los demás.
  • La humildad es una obligación para ser un líder.
  • La humildad te otorga humanidad. Sentirse un gran ser humano es algo extraordinario.

Practica la humildad. Crece. Sé feliz.

Foto en parte superior cortesía de Tim Mossholder en Unsplash.